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jueves, 6 de junio de 2013

Dios obra por senderos misteriosos

En la vida suelen ocurrir percances inesperados y creemos que Dios nos ha abandonado, pero no es así, porque siempre  nuestro Señor y Salvador  produce en nuestras vidas pruebas con el fin de que nuestra fe y confianza en él  crezca y madure.
 
A un apreciado amigo, temeroso de Dios,  se le quemó su fábrica de muebles y creyó que el mundo se había acabado para él, por los compromisos  y deudas contraídas con bancos y amigos para mantener a flote  su próspero  negocio, pero lo que menos se imaginaba era que el Señor de los cielos y de la tierra estaba en control de la situación, y eso motivó su madurez espiritual.

Dios puso en el corazón de mi amigo poner en acción su fe en Dios y no darse por vencido, y comenzó a moverse en ciertas áreas económicas y financieras, para levantar su empresa,  y hoy este hombre es un próspero comerciante, con una tienda de venta de muebles y de variados artículos para el hogar, dándose cuenta que Dios obra por senderos misteriosos.

El caso de mi amigo me recuerda la historia de cierto hombre que salió una vez de viaje en avión. Era también un hombre temeroso de Dios y sabía que Dios lo protegería. Durante el viaje, mientras volaban sobre el mar, uno de los dos motores falló y el piloto tuvo que hacer un amarizaje forzoso en el océano. Casi todos murieron, pero este hombre logró agarrarse a alguna cosa que lo conservó flotando sobre el agua. Estuvo mucho tiempo a la deriva y después de algunos días llegó a una isla deshabitada.

Al llegar a la playa, cansado pero vivo, agradeció a Dios por su liberación maravillosa de la muerte. El consiguió alimentarse de peces y hierbas. Consiguió derrumbar algunos árboles y con mucho esfuerzo logró construirse una casa. No era una gran casa, más bien era tosca con palos y hojas. Pero para él era su casa.
El se quedó satisfecho y una vez más agradeció a Dios, porque ahora podría dormir tranquilo y sin miedo de los animales salvajes que pudiesen existir en la isla.

Un día él estaba pescando, y cuando terminó, había atrapado muchos peces. Con el resultado de la pesca quedó muy satisfecho pues la comida era abundante. Pero al darse la vuelta en dirección a su casa, cuál no fue el tamaño de su decepción al ver que su casa estaba totalmente en llamas, incendiada.

El se sentó sobre una piedra llorando y diciendo en sus lamentos: “Dios!!, ¿Cómo es que el Señor puede dejar que esto me ocurra? El Señor sabe que yo necesito mucho de esa casa, para poderme abrigar y proteger, y ahora deja que mi casa se queme toda, el Señor no tiene compasión de mí”.

En ese mismo instante, una mano se posó sobre su hombro y oyó una voz diciendo: ¿Vamos joven? El se dio vuelta para ver quien estaba hablando con él, y cuál no fue su sorpresa cuando vio al frente suyo un marinero todo uniformado que le decía: “Vamos joven. Hemos venido a rescatarlo”. “¿Pero cómo es posible? ¿Cómo supieron Uds. que yo estaba aquí?” “Ah!, amigo! Vimos sus señales de humo pidiendo socorro.

El capitán del barco ordenó que la embarcación  se detuviese y mandó que en aquel bote viniéramos a buscarlo.” Los dos subieron al bote y así el hombre fue llevado al barco que luego lo llevaría de vuelta con sus seres queridos.

¿Cuántas veces nuestra casa se quema y nos quejamos como aquel hombre lo hizo? En la Biblia, en Romanos 8:28, leemos que todas las cosas contribuyen al bien de aquellos que aman a Dios. A veces es muy difícil aceptar esto, pero es  así. Es preciso aceptarlo y confiar en Dios

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