Leer | ROMANOS 1.21—2.4
Dios
nos creó para adorarlo a Él. Puesto que fuimos hechos con este
propósito, adoraremos algo, incluso si decidimos adorar algo que no sea
el Creador. Podemos llegar a dedicar nuestras vidas al dinero, la
fama, la popularidad, la inmoralidad, o a alguna otra cosa que pueda
convertirse en un dios falso. Pero no importa cuántas cosas terrenales
intentemos adorar, ninguna de ellas nos podrá satisfacer como el Dios
vivo.
En
Romanos 1, el apóstol Pablo ilustra este punto en términos de un
pecado particular: la perversión sexual. Usted puede pensar que no está
pecando si esta iniquidad no forma parte de su vida, pero cualquier
indulgencia pecaminosa -ya sea con acciones o actitudes- que tenga
prioridad sobre la adoración al Señor, es mala y destructiva. A menos
que dejemos que el Señor Jesús nos salve de nuestra naturaleza egoísta,
seguiremos descendiendo y cayendo en la depravación.
Al
actuar como si Dios no existiera, excluyéndolo de nuestra vida,
perdemos de vista el propósito de nuestra existencia. Al pasar por alto
el hecho de que Él quiere relacionarse de manera personal con nosotros,
estamos rechazando el regalo de su gracia y deshonrándolo. Sin Él,
nuestra manera de pensar se vuelve cada vez más vana, llevándonos a
elegir sustitutos falsos al tratar de llenar el vacío que solo Dios
puede llenar.
Negar
a Cristo su legítimo lugar como Señor de nuestra vida, provocará
finalmente a la ira de Dios. Pero el Señor, por su gran amor a toda la
humanidad, no quiere que nadie pase la eternidad sin Él (2 P 3.9). Por
tanto, sigue ofreciéndonos “las riquezas de su benignidad, paciencia y
nobleza” y llamándonos al arrepentimiento. www.encontacto.org
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